jueves, 13 de junio de 2013

STEPHAN MICUS - EN MEDIO DE LOS SONIDOS


No es casual que muchos no hayan escuchado ni tan siquiera su nombre. En el bosque musical que de vez en cuando busca nuestra alma para concederse un respiro, brotan a veces sonidos consumibles de toda índole y de un solo uso, tan difíciles de masticar como peligrosos para el proceso de “digestión musical” de nuestro espíritu. Sin embargo, si tomas cierta distancia, en este mismo bosque verás alzarse solitario un árbol que te parecerá atemporal, con el rumor de sus propias hojas produciendo sonidos capaces de conversar y de alimentar al exigente espíritu de muchos oyentes. A ese árbol yo lo llamo Stephan Micus. Un árbol cuyas raíces más profundas comunican, con exactitud matemática, con el punto más alto de su cima. ¿Qué otra equiparación tendría como resultado semejante armonía?

Siguiendo su trayectoria musical desde hace casi veinte años, me he topado con críticas ditirámbicas de los más exigentes críticos del mundo, así como también con variopintas muestras de veneración por parte de admiradores de su música.

Información sobre su inacabable biografía con detalles acerca de su discografía y los viajes que sin cesar realiza a los lugares más increíbles del mundo se puede encontrar en numerosas páginas de la red. Es bien conocido que en la historia de la música no ha existido jamás otro músico que toque tantos y tan, permítaseme la expresión, heterogéneos instrumentos musicales, en su gran mayoría modificados por él mismo. Esto viene a demostrar y a reforzar su singularidad acústica. Y, naturalmente, la finalidad aquí no es tanto la cantidad ni la maestría como el alma en sí misma. Un alma que se apropia con facilidad de sonidos musicales procedentes de los cuatro puntos cardinales, que flirtea con ellos, los filtra, penetra de manera única y magistral en lo más profundo de la inspiración y no deja de excavar hasta conseguir agarrarla por la raíz y hacerla florecer. Una raíz colectiva. Y una flor capaz de desprender toda su fragancia. Y esto es arte. No cuando en nuestras inmersiones interiores superamos nuestras tinieblas personales y brillamos junto a nuestro propio yo, sino cuando ese brillo es capaz de expandirse también en otras tinieblas, de iluminar también a quienes se encuentran a nuestro alrededor.


Formándose al lado de conocidos nombres del firmamento musical de todo el mundo, dando conciertos en tantos países que incluso los músicos más famosos del mundo le envidiarían, entrando en contacto con él, sería de esperar el sentir cierto complejo o, inútilmente, suponer un intento de autopromoción, no vaya a ser que desaparezca la “distancia”; y, sin embargo, cuando te encuentras ante semejante ser humano, un ser humano como él te sientes tú también. La sencillez prevalece sobre todo. Distancias e intermediarios se desvanecen como si no hubieran existido jamás. Así como su música encaja a través del sonido como una pieza más del puzzle de nuestra búsqueda espiritual, así también, con la misma facilidad, él mismo, el ser humano Stephan Micus entra en tu corazón y se instala en el lugar que le corresponde.

Ya se trate de actos sociales o de nuestros momentos de más profunda soledad, la música se convierte en un punto de referencia y en código de comunicación, como igualmente la música que escuchamos está conectada con nuestro proceso de maduración espiritual. Siempre que parece que intentamos mantenernos en equilibrio en un aparentemente nuevo vacío existencial, la música se yergue como algo más que una muleta de apoyo, como una nube capaz de tender una mano que nos conduzca a otras respuestas-cielos dentro de nosotros. Así pues, desde preguntas sin respuesta, unidimensionales, verbales o racionales, seremos conducidos inconscientemente a la dimensión de la música en la que, sorprendidos, encontraremos todavía una respuesta más. Por muy desasosegado que fuera el intento por conservar el equilibrio de personas de razas diferentes que a veces he conocido, percibí siempre la respuesta musical que su búsqueda necesitaba, y hasta hoy mismo veo con qué respeto cierran los ojos, interiormente, para distinguir el paisaje musical de Stephan Micus y allí sosegarse.

Te parece un músico pintor. Dispersa las notas en la paleta del alma, un alma que extiende la mano y pinta. Pinta sonidos que, al escucharlos por primera vez, aparecen como traídos de otro lugar, parecen abstractos, misteriosos e incluso mistagógicos, y se pregunta la mente “¿qué será?”, “¿a qué se parecen?”; pero, directa, se echa a un lado una necesidad en nuestro interior, más allá de la mente, se modera, encuentra su objetivo, extiende ella también su mano y sigue. Y viajas de melodía en melodía como de cuadro a cuadro, en un museo cuyas puertas están abiertas a todos; en un museo donde nuestras propias imágenes, cuadros, poemas y cualquier cosa relativa a lo espiritual casan a la perfección con su música y no puedes diferenciarlos. Todo pasa a ser uno. Exactamente de la misma manera que no puedes decir que Stephan Micus es músico, artista, talentoso, alemán, residente en España, ciudadano del mundo o todo eso junto. Todas las naturalizaciones entran en declive ante la senda por la que tantos años camina, una senda que tiene al ser humano como punto de partida y de destino. Para mí Stephan Micus es una raíz de una profundidad universal. De una profundidad musical que se nos regala generosamente para que la vivamos.


Cualquier elogio escrito o de palabra suena a parloteo sin sentido. Las palabras no son más que una gota en el océano, y el océano es su misma música. Conociendo, pues, lo arriesgado de la empresa, debo decir que el principal motivo que me indujo a escribir no es tanto ensalzar su obra sino convertirme, a través de la palabra, en un peldaño que conduzca progresivamente, aunque solamente sea a una única persona, a los elevados sonidos de su música. Y mis razones se apoyan en lo siguiente: Cuando la fuente de inspiración del otro encuentra tus propias aguas, surge una corriente subterránea tal que te lanza a la altura exacta del hombre, y éste se cubre con la trascendencia espiritual que le corresponde en este mundo, superando política, religión, sexualidad, raza y toda clase de bazofias dogmáticas de la cotidianidad, colocando el arte atemporal y libre de dogmas como núcleo básico de un soplo en  un mundo material, sofocante y degradado.

Termino con un comentario que hice hace algún tiempo sobre un concierto suyo en Londres y que, naturalmente, sigue siendo válido:  To perceive and feel how unique Micus’ music is, spread the letters of the word 'Music' randomly in your heart and they will definitely form his name in your ears. After you do it, just close your eyes and let him lead you to a miraculous journey of profound screams and whispers.’


Petros Malamidis

 Stephan Micus 
Sábado, 6 de julio 
Odeón Romano de Patras (Grecia) 21:30h